Recuperar el volumen corporal perdido.

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Con los años los cuerpos se deforman. Las formas definidas que lucíamos décadas atrás se descuelgan. Tú te sientes joven, pero hay una desconexión entre tu espíritu mental y tu aspecto físico. ¿Cómo recuperar el volumen perdido?

Vivimos en el mundo de la imagen. La sociedad nos exige que mostremos un aspecto joven. Es un requisito para sentirnos integrados. Para recibir la validación de los demás. Nuestro aspecto va mucho más allá de la exigencia social. Ni siquiera es lo más importante. Lo fundamental es sentirnos cómodos en nuestro propio cuerpo.

Lo lógico sería aceptar la edad que tenemos. Cuando llegan las canas deberíamos admitirlas e integrarlas. Pero nos hemos vuelto exigentes en lo que nos afecta a nosotros mismos. Tenemos un mayor control sobre nuestra vida personal. Elegimos a qué actividades dedicamos el tiempo libre, si viajamos o si nos apuntamos a un gimnasio. Decidimos que ropa vestimos, ya no estamos presos de la oferta que nos presentan los comercios, gracias a internet podemos vestir como queramos. Seleccionamos los libros que leemos, la música que escuchamos y las películas y series que vemos. ¿Y cómo no? Queremos decidir sobre nuestro cuerpo.

Durante mucho tiempo pensamos que la cirugía plástica iba a ser la solución a nuestros problemas de imagen corporal. Implantes para lucir un pecho más exuberante, lifting para reducir las arrugas, liposucción para eliminar esas bolsas de grasa incómodas, retoques para transformar la imagen de nuestro rostro. Algunas personas opinan que los individuos que se someten a estas operaciones terminan luciendo un aspecto antinatural. Que ya no parecen ellos mismos, que han perdido sus señas de identidad.

La medicina estética va evolucionando con el tiempo. Los especialistas de Mediglobal, una empresa distribuidora de fármacos y productos para profesionales del sector, cuentan que la tendencia imperante en este campo radica en incorporar al cuerpo elementos naturales, colocándolos en puntos determinados para obtener el resultado deseado.

Las operaciones de cirugía han quedado en un segundo plano, y están cogiendo fuerza tratamientos menos invasivos, basados en infiltraciones de proteínas y aminoácidos que suele producir el cuerpo humano y que ha dejado de hacerlo con el paso del tiempo.

Estas soluciones tienen menos efectos secundarios, ya que se trata de productos naturales, biocompatibles con el cuerpo. Son fácilmente asimilables por el organismo. Se pueden administrar en zonas concretas, aquellas que queremos restaurar o reforzar. Y no dan esa impresión artificial que a veces producen las operaciones estéticas.

Recuperar la forma de nuestro cuerpo no es tarea sencilla. Vamos a ver tres elementos que no ayudan a conseguirlo.

Cosmética natural.

No vamos a hablar en este artículo de trucos caseros de belleza, sino de elementos que produce el cuerpo humano y que el avance de la ciencia ha conseguido aislar y sintetizar. En concreto, hablaremos del colágeno y del ácido hialurónico.

Dice un artículo de belleza publicado en el periódico El Mundo que el colágeno es la proteína más abundante en el cuerpo humano. Están fabricadas por unas células que se llaman fibroblastos que están repartidas por todo el organismo.

El colágeno cumple una función fundamental en el tejido conjuntivo. Aquel que une entre sí diferentes órganos. Es el encargado de mantener la flexibilidad y la tersura tanto en el exterior como en el interior del cuerpo.

La etapa de la vida en la que el cuerpo produce más colágeno es en la infancia. Por eso, por ejemplo, los niños tienen los mofletes tan marcados. A partir de los 30 años se va disminuyendo paulatinamente la producción natural de colágeno. Empiezan a aparecer arrugas de expresión y determinadas partes del cuerpo van perdiendo turgencia.

La ciencia ha conseguido intervenir respecto al colágeno de dos maneras distintas. Estimulando la producción natural de colágeno, incitando a los fibroblastos a que vuelva a fabricar la proteína, o extraerla de otros animales y administrarla al hombre.

El ácido hialurónico, el otro elemento natural, tiene una importante presencia en las capas de la dermis y de la epidermis; así como en membranas acuosas como el interior de los ojos. La principal característica de las células de ácido hialurónico es su capacidad para retener moléculas de agua.

El 60% del cuerpo humano está formado por agua. La función principal de este ácido respecto a la piel tiene que ver con mantenerla hidratada. Esto le aporta un aspecto luminoso y saludable. Al retener una gran cantidad de agua, es ideal para dar volumen a los labios, a los pómulos y a la parte baja de los párpados, así como a otras superficies cavernosas.

El ácido hialurónico deja de sintetizarlo el cuerpo, progresivamente, a partir de los 30 años. Sin embargo, a diferencia del colágeno, no se obtiene de forma natural de otras fuentes, sino que se sintetiza en laboratorios.

Los suplementos de colágeno y ácido hialurónico se suministran, actualmente, de dos formas distintas. De manera externa y por infiltraciones.

De manera externa se puede hacer mediante comprimidos vía oral, como cápsulas o pastillas o incorporándolo como ingrediente en productos cosméticos de absorción cutánea. Es este caso, el cuerpo debe asimilarlo y su efecto es disperso.

Respecto a las infiltraciones, los elementos se integran en zonas localizadas y su efecto reparador es más evidente. El problema de las infiltraciones es que solo pueden ser administradas por personal sanitario que tienen un conocimiento exacto de la anatomía humana y que de esta manera va a evitar efectos secundarios.

El deporte. Una vía lenta, pero segura.

El cuerpo humano es una máquina compleja y si se deja de ejercitar tiende a atrofiarse. Un estilo de vida sedentario acelera el envejecimiento del cuerpo. Por el contrario, practicar deporte moderado, de forma asidua, todos los días, contribuye a mantenernos jóvenes y sanos.

La revista G.Q. señala que existen dos tipos de ejercicios que retrasan la aparición de signos de la edad. El ejercicio cardiovascular y el ejercicio muscular.

El ejercicio cardiovascular es aquel que favorece la circulación de la sangre. Se basa en mantener el aparato locomotor activo. De esta manera se consigue que el corazón bombé la sangre a todo el cuerpo y que lleve el oxígeno y los nutrientes a las células, al tiempo que recoge y depura los elementos de desecho.

La piel, por ejemplo, está recorrida por pequeños vasos capilares, que son los que nutren las células. Si dejamos de practicar ejercicio, el sistema circulatorio periférico, es el primero en atrofiarse. Por tanto, las células de nuestra piel se saturan de toxinas y no reciben los nutrientes necesarios para regenerarse.

Nuestro cuerpo es como un coche. Si lo dejamos aparcado durante meses en el garaje, el motor se gripa y su conducción no es tan suave como si lo utilizáramos habitualmente.

Para practicar ejercicio cardiovascular basta con salir a andar una hora al día, montar en bicicleta, correr todos los días, al menos media hora, o nadar con frecuencia.

La otra actividad física para combatir el envejecimiento es el ejercicio muscular. Si trabajamos determinados grupos de músculos, los tonificaremos y recuperarán su volumen. Así, por ejemplo, si realizamos una sesión de pesas todos los días, ejercitaremos los bíceps y tríceps de los brazos. Si hacemos sesiones de abdominales, además de quemar grasa, fortaleceremos los músculos del abdomen, y si hacemos sentadillas con asiduidad, redefiniremos los glúteos y los músculos de las nalgas.

El hándicap de practicar deporte es que no tiene un efecto inmediato. Es necesario sostenerlo en el tiempo y ser constante. Si nos abandonamos en la práctica del deporte, lo que hemos avanzado, lo podemos perder con rapidez. A pesar de eso, el ejercicio físico habitual es la manera más efectiva de combatir el envejecimiento.

La alimentación está en la base de todo.

El punto básico para mantener un cuerpo joven está en la alimentación. Esto significa que debemos darle al cuerpo aquellos nutrientes que necesita para seguir funcionando, y no abusar de los alimentos que no necesita.

Las necesidades del cuerpo varían en función de la edad y de la actividad que desarrollemos. Cuando estamos en una etapa laboral y realizamos un trabajo físico, debemos consumir comidas contundentes, con un alto contenido proteínico. Es difícil trabajar en la construcción o como enfermera en un hospital, si te alimentas a base de ensaladas. Sin embargo, si dejas de realizar esa actividad, porque te has jubilado o has cambiado de trabajo, y sigues manteniendo tu afición a comer fabada asturiana, eso va a repercutir en tu apariencia corporal.

La clave de todo está en mantener una alimentación equilibrada y adaptada a tus necesidades calóricas. No es bueno eliminar por completo proteínas, vitaminas o hidratos de carbono, debemos combinarlos en su justa medida.

En este sentido, la dieta mediterránea es uno de nuestros principales recursos. De forma empírica, en esta parte del mundo, hemos sido capaces de combinar verduras, frutas, carnes, pescados, hidratos de carbono de manera que sean beneficiosos para nuestro organismo. Cada plato incorpora varios grupos de alimentos y no estamos acostumbrados a repetir la misma comida continuamente.

Después de todo, nuestra apariencia física no es más que una expresión visible de nuestro estado de salud.

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